Todo, absolutamente todo, me está resultando muy gratificante. En especial, la oportunidad de colaborar con gente que realmente lo necesita, sentir que puedo contribuir, con poco que sea, a que otras personas puedan estar mejor. En verdad, es una muy buena forma de estar cerca de los demás, de empatizar con los problemas y sentirte útil.
Ahora parece que, poco a poco, nos encaminamos hacia una cierta normalidad. Sin embargo, al principio fue muy complicado. Y no solo por motivos de organización y funcionamiento, que al final es lo de menos. Me resulta especialmente duro ver cómo se han apagado tantas vidas, cómo esta crisis hace mella en la población más débil, en aquellos que no cuentan con redes de apoyo. Observar cómo muchas familias han naufragado de la noche a la mañana, teniendo que cerrar negocios, sin ingresos, con el ánimo muy tocado y en la necesidad de pedir ayuda para comer, para vivir. Muchas veces no somos conscientes de la suerte que tenemos, de lo privilegiados que podemos llegar a ser. Y es una pena que tenga que desatarse una crisis de estas dimensiones para obligarnos a recapacitar, actuar y poner los pies en el suelo.
Cuando todo esto pase, una vez que la situación esté más controlada, me gustaría que me acompañara mi hijo para que viera que la vida no es siempre es fácil.