Surgió el día antes. Me llegaron varios enlaces para apuntarse como voluntario si disponías de todoterreno, para transportar personal sanitario, dada la necesitad surgida tras la nevada.
No dudé en ningún momento de que quería ayudar, me parecía muy egoísta no hacerlo teniendo los medios necesarios para hacerlo, considerándome además un fiel defensor de la Sanidad Pública. Si a esto le unes que el coche que poseo era de mi padre, recientemente fallecido, se daban todos los ingredientes y estímulos para iniciarse en esta aventura.
Era la primera vez que hacía algo de ese calibre, así que madrugué el domingo para ir con tiempo y sobre todo ver la situación de las carreteras, puesto que cuando me acosté la noche anterior, la máquina quitanieves no había pasado.
Pude llegar al lugar de encuentro y empezamos a realizar numerosos transportes del metro al hospital y viceversa, para hacer el relevo de los sanitarios que llevaban trabajando desde el viernes por la mañana. Pude llevar a unas 30-40 personas en el coche durante toda la mañana.
Constantemente íbamos viendo el chat grupal en el que los voluntarios y demandantes hablaban para ayudar, y observabas que la demanda era alta, pero el ofrecimiento también. Me pasó hasta en 3 ocasiones que llamé a personas que tenían una necesidad de transporte urgente (diálisis, caídas, embarazos…) y al contactar con ellos me dijeron que ya se había ofrecido un voluntario previamente, y que iba de camino.
Por último, pude ir, con la ayuda de un todoterreno más preparado, a la casa de una chica de 39 años que necesitaba transporte al hospital. Fuimos a recogerla y la trasladamos a mi coche una vez tocamos suelo más firme, y de ahí al hospital Ramón y Cajal. Ver sus caras de agradecimiento te quitaba todo el cansancio que llevabas.
En total fueron 100km, teniendo en cuenta que era un traslado de 3,2 km entre metro y hospital. Lo volvería a repetir una y mil veces, ya que estas son las cosas de las que te acuerdas para el resto de tu vida.