Desde el colegio, y también durante los años de universidad, tuve la oportunidad de realizar experiencias de voluntariado y siempre ha sido para mí muy enriquecedor, incluso estuve en India un verano.
Después, por el trabajo y siendo mis hijos pequeños, mi colaboración ha sido más ocasional. A raíz de la COVID-19, y ante la necesidad de ayuda por parte de muchas familias, sentí que debía comprometerme de algún modo y ayudar de manera más regular.
Lo tuve muy fácil porque ya conocía la Orden de Malta y tengo amigos voluntarios en el comedor social donde colaboro. Los domingos que voy al centro son días especiales, de mucho trabajo, pero sobre todo de mucha alegría.