Un éxito de programa
Valores, disciplina, compromiso y solidaridad son solo algunos de los ingredientes que hacen de Embárriate un proyecto con éxito que ya ha cumplido su décimo aniversario.
“A través de actividades concretas de ocio, se brinda apoyo educativo a los participantes ayudándoles a hacer las tareas o con refuerzo escolar. Además, dependiendo de la edad de los participantes realizamos asambleas, charlas sobre valores, dinámicas de grupo y quincenalmente una actividad extra el finde con las familias: buceo, surf, limpieza playas… Una recompensa por el esfuerzo”, explica Ester González, trabajadora social de Mojo de Caña.
Los jóvenes que participan en Embárriate son, en algunos casos, derivados de servicios sociales y agentes sociales del barrio, pero también llegan a la asociación a través del boca a boca.
“Trabajamos con ellos desde diversos ámbitos transmitiéndoles conocimientos sobre derechos de la infancia, transmisión sexual, acoso escolar, alcoholismo, incorporación del mundo laboral…”, señala González. “Principalmente con la infancia trabajamos desde la prevención, con la juventud desde el empoderamiento, y con los adultos la inserción laboral”, matiza la responsable.
Un papel fundamental en el desarrollo de los participantes es el de las familias. Familias que atraviesan dificultades económicas, que se encuentran en situación de exclusión o incluso, debido a la crisis de la COVID-19, en situación de ERTE en sectores como la hostelería y el turismo.
“El proyecto brinda a nuestros hijos e hijas la oportunidad de conocer entornos de relación fuera del círculo familiar, eliminar los miedos e inseguridades que esto provoca; les ha posibilitado conocer y hacer amistades con otros jóvenes de varias islas, así como participar en numerosas actividades y excursiones de ocio y cultura”, explica una de las familias.
“Embárriate no es solo disfrutar de actividades de entretenimiento, es aprender valores, es trabajar en grupo, es respetar las diferencias y ver las capacidades de todos y todas”, aclara.
Y es que, si en algo coinciden todos los participantes es en la gran familia que forman a pesar de pertenecer a distintos entornos y realidades. “Nos sentimos vivos y sentimos que los educadores y educadoras apoyan nuestros sueños y metas, y que nos ayudan a confiar en nosotros y en nuestras capacidades, olvidando la palabra limitación”, concluye otro de los participantes de Embárriate del barrio de Jinámar.